C. Él le contestó:
S. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la
muerte.»
C. Jesús le replicó:
+ «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas
negado conocerme.»
C. Y dijo a todos:
+ «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?»
C. Contestaron:
S. «Nada.»
C. Él añadió:
+ «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la al forja; y el que
no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene
que cumplirse en mí lo que está escrito: "Fue contado con los
malhechores." Lo que se refiere a mi toca a su fin.»
C. Ellos dijeron:
S. «Señor, aquí hay dos espadas.»
C. Él les contestó:
+ «Basta.»
C. Y salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los
discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
+ «Orad, para no caer en la tentación.»
C. Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado,
oraba, diciendo:
+ «Padre, si quieres, aparta de mi ese cáliz; pero que no se haga mi voluntad,
sino la tuya.»
C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba. En medio de su
angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba hasta el suelo un sudor como
de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos,
los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
+ «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación.»
C. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente; y los guiaba el llamado
Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo:
+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»
C. Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron:
S. «Señor, ¿herimos con la espada?»
C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja
derecha. Jesús intervino, diciendo:
+ «Dejadlo, basta.»
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los
oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:
+ «¿Habéis salido con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario
estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra
hora: la del poder de las tinieblas.»
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo
sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del
patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada
sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:
S. «También éste estaba con él.»
C. Pero él lo negó, diciendo:
S. «No lo conozco, mujer.»
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. «Tú también eres uno de ellos.»
C. Pedro replicó:
S. «Hombre, no lo soy.»
C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:
S. «Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo.»
C. Pedro contestó:
S. «Hombre, no sé de qué me hablas.»
C. Y, estaba todavía hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le
echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había
dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo
afuera, lloró amargamente. Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de
él, dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban:
S. «Haz de profeta; ¿quién te ha pegado?»
C. Y proferían contra él otros muchos insultos. Cuando se hizo de día, se
reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole
comparecer ante su Sanedrín, le dijeron:
S. «Si tú eres el Mesías, dínoslo.»
C. Él les contestó:
+ «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios
todopoderoso.»
C. Dijeron todos:
S. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?»
C. Él les contestó:
+ «Vosotros lo decís, yo lo soy.»
C. Ellos dijeron:
S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de
su boca.»
C. Se levantó toda la asamblea, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se
pusieron a acusarlo, diciendo:
S. «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a
que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.»
C. Pilato preguntó a Jesús:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él le contestó:
+ «Tú lo dices.»
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre.»
C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta
aquí.»
C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al enterarse que era de la
jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en
Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento;
pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba
verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no
le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas
acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se
burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel
mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy
mal. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo,
les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta
que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre
ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha
remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un
escarmiento y lo soltaré.»
C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa,
diciendo:
S. «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.»
C. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad
y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a
Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucificalo, crucificalo!»
C. Él les dijo por tercera vez:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que
merezca la muerte. Asi es que le daré un escarmiento y lo soltaré.»
C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba
creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al
que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a
Jesús se lo entregó a su arbitrio. Mientras lo conducían, echaron mano de un
cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que
la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres
que se daban golpes y lanzaban larnentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y
les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros
hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las
estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han
criado." Entonces empezarán a decirles a los montes: "Desplomaos
sobre nosotros", y a las colinas: "Sepultadnos"; porque, si así
tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
C. Conducían también otros malhechores para ajusticiarlos con él. Y, cuando
llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los
malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas, diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
Elegido.»
C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y
diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.»
C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el
rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
C. Pero el otro le increpaba:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es
justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado
en nada.»
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
C. Jesús le respondió:
+ «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta
la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por
medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y, dicho esto, expiró.
C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios, diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo.»
C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo
que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se
mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde
Galilea y que estaban mirando. Un hombre llamado José, que era senador, hombre
bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de
ellos), que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el reino
de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo
envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no
habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado.
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el
sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta, prepararon aromas y
ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.